martes, 24 de febrero de 2015

Rima a dos manos



Recibir el reconocimiento de los compañeros siempre es algo muy bonito, pero si el motivo es un trabajo compartido, la alegría es doble. Teresa Martín, compañera de vuelo, amiga, ¿quién nos iba a decir que así sería nuestro estreno como plumas cómplices?

 Tus palabras y las mías volando sobre el mar, henchidas de brisa y verso,  jugando a  conocerse y a quererse… mostrándose y sintiéndose parte de un todo. Si supimos emocionar, si acariciamos algún alma,  a nuestras letras se lo debemos. Ha sido un auténtico placer acompañarte en esta aventura, gracias por tomar la mano que te tendí, qué bonito fue hacer el camino juntas…

Y al resto de compañeros de Territorio de Escritores, toda mi gratitud por esas palabras que  nos pintaron sonrisas e  ilusiones. Sois muy grandes.



                                      


                       Como lo hace el viento


                       El vuelo de las gaviotas la trajo de nuevo al mundo
         y sobre la mar con crestas de plata,

        un silencioso naufragio, bailaba una triste danza.
                    Su corazón… de madera. De hierro… su alma.
          Mientras una se hundía, el otro flotaba 

        en aquel mar de dudas que, sin tregua, la devoraba.



 ¿Qué fue del tiempo cuando se soñaba?
  ¿Dónde iría aquel sueño?… murmuraba.
  Ni arañando en la memoria podrían rescatar
  las ruinas de una historia, olvidada y sin remedio.




           Ni siquiera sabía en qué arena estaba varada, 

         solo veía peldaños y una escalera larga.
          Entendió que los sueños de altura
                     no viven en la orilla de una playa. 

                        Comenzó  a ascender despacio, emprendiendo el ansiado vuelo
                 y desplegando alegre sus alas,
                se hizo dueña y señora del cielo.
                        Pero el mar la llamaba, rugiendo de rabia.
 La quería para él.
                                                  Le devolvería sus sueños, en bandeja de nácar.                                                                 
                                                                                                                                        

                                                        Perdida en su silencio, a merced de los vientos,
                                                  dejó que el mar envolviese de lunas llenas sus lamentos.
                                                       Y ellas le hablaron de cielos, de amores nuevos,
                                                   esos que en tiempos soñados colmaron su pensamiento.
                                                  ¿Cómo ignorar el susurro y perderse en sus adentros? 
                                                           

                                                       Perezosos, los sueños quisieron bailar con ella 
                                                                y Penélope sacó sus zapatitos nuevos. 
                                                    De carmín pintó sus miedos, de futuro sus desvelos,

                                                    no quiso contar los pasos, que la llevaran los vientos…

                                                                    
                                                                        Y armada de amor y versos, 
                                                    dejó a sus alas hacer, no les haría un mal gesto.
                                                                  Mirada al frente, corazón dispuesto,
                                                                         de sal y corales los sentimientos.
                                                             Ya nada le impediría que se bebiera los cielos.

                                                              Y agitando su blanca mano, vestida de tibio invierno,
                                                                                        se  despidió de las olas 
                                                                                         que devoraban los restos…
                                                         los restos de aquel naufragio que hubo una vez en el mar
                                                                         …en el mar de sus sueños




lunes, 16 de febrero de 2015

Allá donde estés




 Ahora que el tiempo ha borrado el dolor de mis recuerdos y las heridas ya no escuecen, sé que puedo dejarme llevar por el azul de tus ojos y  detenerme en tu sonrisa,  que la brisa me traiga  tu olor a rosas, la pequeñez de tus manos moteadas de edad y vida, y tu risa… ¡cómo me gustaría volver a oírla!

Ahora que puedo pensarte sin que la sal desborde mi mirada quiero que sintamos por última vez  esa complicidad  que tanto nos unió. Me gusta pensar que llevar tu nombre fue solo la excusa que se dio la vida para aliarse con el destino y regalárnosla; de ella vestimos nuestros gestos, por ella nos sentimos fuertes…a ella le debo tus consejos, los que entonces comprendí y esos otros que necesitaron del barniz de los tiempos.   

Desde  pequeña percibí en tus ojos un amor que mi edad no alcanzaba a entender, aunque tampoco lo pretendía.  Me bastaba con corresponderte para ver  la  luz  dibujada en tu sonrisa, ese gesto tan tuyo, tan de verdad.  Y es que ser la mayor de tus nietas siempre me pareció un privilegio. Fueron  muchos los momentos de estar a solas las dos, de contarnos nuestras cosas, esas de las que  nadie más supo ni sabrá. La madurez que siempre viste en mí  nos acercó de tal modo que, aún hoy,  te sigo sintiendo cerca;  como si no te hubieses ido. Porque tú no sabías pasar de puntillas por la vida de los demás; ni sabías ni querías.

 Recuerdo los domingos, siendo niña, en los que nos llevabas al cine a todos los nietos. Esa  cesta cargada de bocadillos y zumos, los juegos entre primos mientras subíamos la cuesta al doblar la esquina de casa  y esa energía tuya tan contagiosa. A ti la edad parecía no pesarte: lo mismo te ocupabas del cuidado de los rosales de la plaza que, brocha en mano,  te subías a una escalera para que el patio de casa  luciese un blanco impoluto. Eso te hacía feliz.

Más tarde, hubo otros muchos momentos. Como cuando me pedías que te hiciese la manicura –tan coqueta tú- y acabábamos arreglando el mundo, el nuestro, ése en el que nos sabíamos fuertes y capaces. Porque siempre nos importó la felicidad de los nuestros y no quisimos renunciar a la idea de luchar por ella. Pero si hay un recuerdo que me llene especialmente, es el de aquel Martes Santo en el que la fiebre me mantuvo en cama y me hiciste uno de los regalos más bonitos que jamás he podido tener: aquella saeta al Cristo de la Sangre  al pasar bajo nuestro balcón… ¿la recuerdas?, me la cantaste al oído y aún la tengo enredada en el alma.

El corazón me baila cuando te pienso, te sigo extrañando y sintiendo. Tu recuerdo me sabe a abrazos y besos, a risas, a generosidad  y a gracia gaditana, de San Fernando tenías que ser...


 Te quiero Yaya, tú lo sabes. Siempre te llevaré conmigo.



miércoles, 11 de febrero de 2015

No hace falta que te diga


He de reconocer que  aquel no fue un buen año para nosotros. Con el verano llegaron las primeras sospechas y la sombra de la duda nos golpeó en el rostro, salpicando  de inquietudes la tranquilidad de los días. Con los miedos a flor de piel,  deseando que todo quedase en una cruel pesadilla, se confirmaron los peores pronósticos: la salud de papá se resentía,  y  el corazón se nos tiñó de dolor.


 Con el paso de los meses  la vida nos hizo ver  que  podíamos convivir con el susto, que era el momento de mirar al frente,  de hacerlo por él y también  por nosotros. Casi sin darnos cuenta, los días  nos fueron  dando cobijo y  alguna que otra caricia. Trabajo, hijos, pareja, amigos…mi mundo volvía en sí, o al menos eso creía.


Pero de zarpazos nunca estamos libres y mucho menos de los que esconden traiciones, esos que provienen de personas  en las que creías, por las que alguna vez apostaste;  porque hay decepciones que se empotran en el alma y te hacen tambalear,  que no alcanzas a entender.  Y es en esos momentos cuando necesitas parar y replantearte muchas cosas, cuando te agarras a aquello que piensas puede darte fuerzas, lo que te va a permitir bucear para después salir a flote. En mi caso, los flotadores fueron las personas a las que quiero y me quieren, esas que  me lo demuestran todos los días. Y también lo fue  la música, compañera fiel a la que  mantuve  apartada durante  meses porque en mis horas parecía no haber sitio para ella. La música quiso volver a tener un  hueco en mi vida y yo la dejé hacer: inspiró instantes, desató emociones, propició encuentros,  supo ser  consuelo y  también sosiego.




 

  Y apareciste tú: de puntillas,  como pidiendo permiso, tan educado... Te invité a volar y aceptaste, sin saber que con ello estabas dándome alas para vivir mis propios sueños, esos que durante años estuvieron  adormecidos  por la premura de  lo que la vida me iba poniendo por delante. Sueños que ahora despertaban del letargo y  encontraban la  ocasión de  vestirse de realidad, que se negaban a permanecer ocultos por más días. Con el tiempo descubrí  tu tesón. Me enseñaste que querer es poder, que nada hay  más gratificante que hacer las cosas con amor. La ilusión que leí en tus ojos la hice  mía y no quiero desprenderme de ella.  Te tuve ahí y  te sigo teniendo, así lo siento.

      Por eso,la  aventura en la que ahora me embarco es un poco tuya también. Esta locura de letras  prendidas a un sueño,  de historias  que quieren ser contadas, comienza a tomar forma en mi vida. Ahora sé que ha  llegado el momento  de hacer volar la imaginación, de que el sentimiento se deje acunar por la palabra, de compartir esto que llevo dentro.  Y es inevitable que en mi pensamiento estéis los que  habéis contribuido a  que esto sea hoy posible. A todos, gracias. 


 No hace falta que te diga lo mucho que te debo.