lunes, 18 de mayo de 2015

Goloso trabalenguas


      Hoy mis musas amanecieron revueltas, alegres, dispuestas... a pasárselo bien  haciendo el bien. Me susurraron una idea para pasar el rato, "solo necesitarás un escritor y un lector nato"- me dijeron al rato. Yo sé escribir -contesté, y lectores natos hallaré.  


      Hoy con las palabras te propongo jugar. No es necesario que apuestes, tampoco es un juego de azar... es un mero divertimento con el que pasar el tiempo. Pero te advierto: la lentitud está prohibida. Si pasarlo bien quieres, lee este texto con premura, como si en ello te fuera la vida. A más rapidez, mejor sonrisa. 


      Un último esfuerzo te pido: volar con la imaginación a otros tiempos, y hacerlo sin miedo. Sitúate en los primeros años del siglo XX, una señorita disfrutando plácidamente de la tarde en un espléndido balneario, un caballero desconocido que se le acerca...  


                            ¿Estás metid@ en situación? Pues allá vamos...



                                         _Buenas tardes bella dama.
                                        _Buenas tardes tenga usted.
                                        _Disculpe el atrevimiento, pero... ¿usted no nada nada?
                                        _No, no traje traje.
                                       _¿No será que se distrajo y, sin saberlo, lo trajo? 
                                         Mire que el agua está fresca y los sentidos refresca...

      ¿A qué vendrá tanto trajín con el traje?, si no me distraje y lo traje, al caballero no debería importarle. Y si nadar no sé, el caballero debería ser cauto, pues si una señora no nada nada, no es menester persuadirla de que lo haga. Empiezo a pensar que es un fresco, tanto insistir con que el agua refresca...Mas no deseo importunar la placidez de esta tarde, un bombón de esos que traje me ayudará a relajarme.

                                            Y quien dice uno, dice diez. 


      ¡Ay qué calor!...Y ahí continúa el caballero, no deja de mirar de soslayo el muy pillo. Si lo pillo en un renuncio...no renuncio a caer en sus brazos. Mas la boca tengo seca...¡Camarero! No me traiga limonada, una leche merengada endulzará más la tarde de esta abnegada dama.

                                            Y quien dice una, dice tres. Que las horas son largas...  






      El calor aprieta y el caballero me despierta un no sé qué...¿querrá mis carnes

palpar?, ¿a qué, si no, tanto trajín con el traje? Una dama bien educada no debería estas cosas pensar, mas si el calor aprieta segura estoy de que mis carnes prietas sabrán su sed saciar. Hablando de sed... ¡me está entrando un hambre!... de buena gana me comería un bocadito de nata...¡Camarero! 

                                           Y quien dice uno, dice seis.

Mire, caballero...que sus besos me roban el pensamiento, que esta tarde de calor y carnes prietas me aprieta...no todo va a ser degustar dulces cocinados con esmero...al menos, eso espero.
Mas del agua no se inmuta el gentil hombre y el calor que sube de mis carnes prietas, de tanto apretar, no me deja respirar. No estaría mal refrescarme, hacerme notar sin apenas perturbar, caer en sus brazos, ser suya sin demora...            


                 Pero...   ¿Cómo darme un baño si no traje traje de baño?

miércoles, 13 de mayo de 2015

Aquel veintitrés de octubre





       Llegó el momento esperado y temido. Fijada la fecha por el doctor, nos pareció tan perfecta que, por miedo a que algo se torciera, no dejamos que se nos transparentara lo felices que nos sentíamos. Después de ocho largos meses de dudas e inquietudes, nos habíamos acostumbrado a pensar en el aquí y ahora, a no plantearnos cómo sería el futuro. Vivíamos cada día como un logro, una meta conseguida, un hoy que dará paso a un mañana, sin cuestionarnos qué ocurrirá después.
    
    Había riesgos para vosotros y para mí, y la prudencia aconsejaba no prolongar más la espera.
Fue un veintitrés de octubre y las sensaciones de aquel día nunca las olvidaré. Nervios, manos que en su abrazo lo dicen todo, una mirada teñida de esperanza... y, al fin, el milagro de la vida abriéndose paso a bocanadas.
Abristeis los ojos al mundo dejando atrás la calidez compartida de mi vientre y nos hicisteis sentir en una nube de la que no queríamos bajar.

Estabais ya aquí con nosotros, sanos, nuestros... tan pequeños que el corazón se nos hizo grande para alojar tanta  ternura.

         El camino había sido difícil, eso es cierto, pero mereció la pena llegar a la meta. Nunca las lágrimas me habían sabido tanto a felicidad, jamás multiplicar amor tuvo mayor recompensa... Aquella noche, en la habitación 212 del hospital se celebraban dos nacimientos y un aniversario de bodas, el mejor y más especial de los que tuve y tendré, y es que la vida se coló como invitada y fuisteis vosotros el obsequio con el que ella quiso festejar nuestro amor.
Aún sigo agradeciéndoselo.