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charla y miradas después de tantos años sin saber de él, tiene a Lucía atrapada
en una extraña desconfianza; como si esto que están viviendo no les
perteneciera y, de un momento a otro, alguien pudiera arrebatarles ese
instante. Porque si se detiene a
pensarlo, tan solo son dos almas que se
observan y se miden, que vuelven a
descubrirse ahora que el tiempo ha hecho su trabajo y no hay rencor que les
impida leerse en los ojos los impulsos del corazón.
Aquella
mañana, su llamada la sorprendió cuando apenas se sentía preparada para
afrontar el día: no había apurado el primer café y los diarios esperaban, aún revueltos, sobre la mesa del despacho. Su voz le sonó
áspera, pero indudablemente se trataba de Carlos. Y lo cierto es que bastaron un par de frases para que acabara aceptando su
propuesta de tomar un café aquella misma
tarde. Al fin y al cabo –pensó- solo se trata de vernos para recordar los
viejos tiempos.
Pero ahora, a escasos centímetros de sus ojos,
inmunes al ajetreo de los camareros y a las voces que llegan de otras mesas,
Lucía siente que han iniciado un camino de no retorno. Porque cuando las miradas van cargadas de
intenciones, cuando el latido se vuelve inevitable, parece no importar el largo
recorrido de la ausencia.
Enredada
aún en su mirada, se le agolpan los recuerdos de aquellos días felices en los
que el mundo se reducía al binomio de sus sentimientos; aquellos que
precedieron al instante, tan lejano ya, en el que tomó conciencia de que nada
sería igual a lo que una vez sintió y le fue arrebatado. Porque la vida, a
veces, se vuelve antojadiza… lo mismo baila
contigo que te deja, y a ellos los abandonó. O quizás se abandonaron.
Antepusieron metas profesionales y
orgullo personal a vida en común, y la relación acabó desmoronándose antes
de que quisieran darse cuenta.
Reconocer su parte de culpa no le impide sentir un
amargo sabor a renuncia que le turba el pensamiento. Y no puede evitar una
punzada de dolor por todos esos años vividos con la persona equivocada, en una
vida no soñada, un apaño de vida al que terminó acostumbrándose pero que
nunca le resultó suficiente. Le vienen a la memoria los muchos
besos que no alcanzaron a rozarle el alma, esos abrazos que apenas la arroparon, el amor que recibió y al que no supo ni quiso
corresponder. En su recuerdo quedarán como
señal de que, a veces, la vida se despierta y te sorprende con segundas
oportunidades, porque nada es eterno. Nada.