jueves, 17 de diciembre de 2015

Hermanos




Imagen: Isabel García Salvá



        La lluvia dejó hoy un intenso olor a tierra mojada que me llenó de recuerdos de infancia. Recuerdos de esas largas tardes de otoño en las que, privados de las risas con los demás críos de la calle, mis hermanos y yo nos refugiábamos en casa a jugar a las cartas, al Monopoly o a los Juegos Reunidos Geyper, para terminar tirando de imaginación y montarnos miles de historias con las que nos bebíamos las horas.


        Y me agrada especialmente que la lluvia me haya traído ese regalo...


        Hoy sé que los lazos que me unen a ellos no serían los mismos de no haber existido esas largas tardes de otoño.

Hojas ocres




Imagen: Isabel García Salvá


      Atardece en la ciudad y el cielo se envuelve en tostados y grises que parecen competir con los últimos rayos de sol. Miro por la ventana y me regalo el placer de contemplar esta belleza de hojas ocres bailando con la brisa, dejándose mecer por el maravilloso espectáculo del otoño.

      Una pequeña hoja decide soltarse de la rama atrayendo mi atención. La observo – curiosa- en su libre balanceo hasta tocar el suelo, lanzando un desafío a sus compañeras que, una tras otra, la siguen. Arriba, abajo, un giro, otro más… Suave danza de hojas que, obviando la seguridad de las fuertes ramas, deciden  emprender el vuelo. Cada hoja que se suelta es una invitación a mis ganas. Parece que, al hacerlo, estén susurrándome “vamos, suéltate también, abandónate y confía”. Por un momento pienso en la comodidad de mis hojas perennes, de esas rutinas que se hicieron fuertes en mí…y me siento árbol al que le cueste desprenderse de ellas.

      Si esas pequeñas hojas son capaces de hacerlo, ¿por qué no lanzarme yo también a este abismo otoñal? Aún ando desenredando mi particular madeja de dudas y siento que, de no hacerlo, será el viento de la vida quien me las arranque de cuajo, con todo su dolor. Me pregunto si reuniré el valor suficiente. Sería hermoso intentarlo…