Imagen: Isabel García Salvá |
Atardece en la ciudad y el cielo se envuelve en tostados y grises que parecen competir con los últimos rayos de sol. Miro por la ventana y me regalo el placer de contemplar esta belleza de hojas ocres bailando con la brisa, dejándose mecer por el maravilloso espectáculo del otoño.
Una pequeña hoja decide soltarse de la rama atrayendo mi atención. La observo – curiosa- en su libre balanceo hasta tocar el suelo, lanzando un desafío a sus compañeras que, una tras otra, la siguen. Arriba, abajo, un giro, otro más… Suave danza de hojas que, obviando la seguridad de las fuertes ramas, deciden emprender el vuelo. Cada hoja que se suelta es una invitación a mis ganas. Parece que, al hacerlo, estén susurrándome “vamos, suéltate también, abandónate y confía”. Por un momento pienso en la comodidad de mis hojas perennes, de esas rutinas que se hicieron fuertes en mí…y me siento árbol al que le cueste desprenderse de ellas.
Si esas pequeñas hojas son capaces de hacerlo, ¿por qué no lanzarme yo también a este abismo otoñal? Aún ando desenredando mi particular madeja de dudas y siento que, de no hacerlo, será el viento de la vida quien me las arranque de cuajo, con todo su dolor. Me pregunto si reuniré el valor suficiente. Sería hermoso intentarlo…
Una hermosa metáfora y una sana reflexión. Me ha gustado mucho :))
ResponderEliminarUn saludo!!
Muy feliz de que así haya sido, Julia. A veces es bueno parar y reflexionar... Muchas gracias por tu comentario!!
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