Aquella tarde celebraban la llegada
de una nueva vida a la familia. Y lo hacían en la intimidad de su hogar, junto
a sus más allegados, así era como les gustaba festejar las grandes
ocasiones.
Estrenarse como abuela, lejos de hacerla sentir mayor, tenía a
Carmen inmersa en un torbellino de nuevas sensaciones con las que se notaba
renacer a cada instante. Estaba feliz, rodeada de aquellos a los que quería,
viéndolos disfrutar del almuerzo familiar y dejándose llevar por sus risas.
<<Mi querido Javier, mi mejor
amigo, mi sensible alma gemela. Han pasado veinte años desde aquel día en
el que la vida supo encontrar ese punto en el infinito en el que cruzar
nuestros caminos. Tu mundo tan distinto a ese otro en el que yo me movía, la
distancia dibujada entre mi tiempo y el tuyo, entre tu espacio y el mío...y,
aún así, fluyó la magia. Porque hay personas a las que la vida une con nudos
tejidos de hilo invisible, de esos que nada ni nadie tiene el poder de romper.
Recuerdo ese primer encuentro, la
sensación de conocerte ¿en otra vida quizás?, esos instantes en los que te
detuviste a leer en mis ojos y yo me lancé a leer en los tuyos, a sabiendas de
que nos entenderíamos. Porque no siempre hacen falta palabras para llegar al
corazón de quien nos mira.
Y vinieron otros días, otras miradas
compartidas, la complicidad...y los nudos se tejieron. Nos acostumbraste al
privilegio de tenerte y extrañarte, tus visitas siempre las hemos vivido
como un regalo y lo sabes. Por eso estás hoy aquí, nunca has faltado a las
celebraciones de esta familia que también es la tuya. Observo tu mano sobre la
de Enrique, tu pareja, el amor de tu vida. Me miras y vuelvo a leer en tus ojos. Los míos no tardan
en contestarte: lo sé, yo también te quiero>>.