jueves, 16 de abril de 2015

Segundas oportunidades


   Madrid atardece, envuelta en  la tibieza de un otoño  que la viste de ocres y baña de  nostalgia  sus calles. Tras los cristales de un viejo café,  en aquella apartada mesa,  parece que el tiempo se haya detenido solo para ellos: arropados por un  sol tardío  que se empeña en jugar con sus recuerdos,  las horas les regalan complicidad y risas, enredándolos en su propia  ensoñación.  

  Compartir charla y miradas después de tantos años sin saber de él, tiene a Lucía atrapada en una extraña desconfianza; como si esto que están viviendo no les perteneciera y, de un momento a otro, alguien pudiera arrebatarles ese instante.  Porque si se detiene a pensarlo, tan solo  son dos almas que se observan y se miden,  que vuelven a descubrirse ahora que el tiempo ha hecho su trabajo y no hay rencor que les impida  leerse en los ojos  los impulsos del corazón.   

   Aquella mañana, su llamada la sorprendió cuando apenas se sentía preparada para afrontar el día: no había apurado el primer café  y los diarios  esperaban, aún revueltos,  sobre la mesa del despacho. Su voz le sonó áspera, pero indudablemente se trataba de Carlos.  Y lo cierto es que bastaron un par de  frases para que acabara aceptando su propuesta de  tomar un café aquella misma tarde. Al fin y al cabo –pensó- solo se trata de vernos para recordar los viejos tiempos. 

Pero ahora, a escasos centímetros de sus ojos, inmunes al ajetreo de los camareros y a las voces que llegan de otras mesas, Lucía siente que han iniciado un camino de no retorno.  Porque cuando las miradas van cargadas de intenciones, cuando el latido se vuelve inevitable, parece no importar el largo recorrido de la ausencia.
 Enredada aún en su mirada, se le agolpan los recuerdos de aquellos días felices en los que el mundo se reducía al binomio de sus sentimientos; aquellos que precedieron al instante, tan lejano ya, en el que tomó conciencia de que nada sería igual a lo que una vez sintió y le fue arrebatado. Porque la vida, a veces, se vuelve  antojadiza… lo mismo baila contigo que te deja, y a ellos los abandonó. O quizás se abandonaron. Antepusieron metas profesionales y  orgullo personal a vida en común, y la relación acabó desmoronándose antes de que quisieran darse cuenta. 

Reconocer su parte de culpa no le impide sentir un amargo sabor a renuncia que le turba el pensamiento. Y no puede evitar una punzada de dolor por todos esos años vividos con la persona equivocada, en una vida no soñada, un apaño de vida al que terminó acostumbrándose pero que nunca le resultó suficiente. Le vienen a la memoria  los muchos  besos que no alcanzaron a rozarle el alma,  esos abrazos que apenas la arroparon,  el amor que recibió y al que no supo ni quiso corresponder. En su recuerdo quedarán como señal de que, a veces, la vida se despierta y te sorprende con segundas oportunidades, porque nada es eterno. Nada.