Ahora que el tiempo ha borrado el dolor de mis recuerdos y las heridas ya no escuecen, sé que puedo dejarme llevar por el azul de tus ojos y detenerme en tu sonrisa, que la brisa me traiga tu olor a rosas, la pequeñez de tus manos
moteadas de edad y vida, y tu risa… ¡cómo me gustaría volver a oírla!
Ahora que puedo pensarte sin que la sal desborde
mi mirada quiero que sintamos por última vez esa complicidad que tanto nos unió. Me gusta pensar que llevar
tu nombre fue solo la excusa que se dio la vida
para aliarse con el destino y regalárnosla; de ella vestimos nuestros gestos,
por ella nos sentimos fuertes…a ella le debo tus consejos, los que entonces
comprendí y esos otros que necesitaron del barniz de los tiempos.
Desde
pequeña percibí en tus ojos un amor que mi edad no alcanzaba a entender,
aunque tampoco lo pretendía. Me bastaba
con corresponderte para ver la luz
dibujada en tu sonrisa, ese gesto tan tuyo, tan de verdad. Y es que ser la mayor de tus nietas siempre
me pareció un privilegio. Fueron muchos
los momentos de estar a solas las dos, de contarnos nuestras cosas, esas de las
que nadie más supo ni sabrá. La madurez
que siempre viste en mí nos acercó de
tal modo que, aún hoy, te sigo sintiendo
cerca; como si no te hubieses ido.
Porque tú no sabías pasar de puntillas por la vida de los demás; ni sabías ni
querías.
Más tarde, hubo otros muchos momentos. Como
cuando me pedías que te hiciese la manicura –tan coqueta tú- y acabábamos
arreglando el mundo, el nuestro, ése en el que nos sabíamos fuertes y capaces.
Porque siempre nos importó la felicidad de los nuestros y no quisimos renunciar
a la idea de luchar por ella. Pero si hay un recuerdo que me llene
especialmente, es el de aquel Martes Santo en el que la fiebre me mantuvo en
cama y me hiciste uno de los regalos más bonitos que jamás he podido tener:
aquella saeta al Cristo de la Sangre
al pasar bajo nuestro balcón… ¿la
recuerdas?, me la cantaste al oído y aún la tengo enredada en el alma.
El corazón me baila cuando te pienso, te sigo
extrañando y sintiendo. Tu recuerdo me sabe a abrazos y besos, a risas, a
generosidad y a gracia gaditana, de San
Fernando tenías que ser...
Te quiero Yaya, tú lo sabes. Siempre te llevaré conmigo.
Te quiero Yaya, tú lo sabes. Siempre te llevaré conmigo.
Hola Isa...Imposible para mi quedar insensible a estos bonitos recuerdos. fue mi abuela quién me crió hasta los 16 años....
ResponderEliminarSaludos desde Francia.
Buenas tardes Eric, gracias...feliz de que mis palabras te hayan hecho pensar en ella.
EliminarEs muy emocionante Isabel. La vida nos da a personas que nos sacian el alma y la misma vida nos la aparta. Pero hay que quedarse con lo mejor: haberlos tenido.
ResponderEliminarUn texto magnífico. Saludos!!
muchas gracias por tus palabras Sonia, yo me considero afortunada por haber compartido vida con un ser tan especial como ella. Hace muchos años que nos dejó, pero sigue viva en mí.
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