miércoles, 11 de febrero de 2015

No hace falta que te diga


He de reconocer que  aquel no fue un buen año para nosotros. Con el verano llegaron las primeras sospechas y la sombra de la duda nos golpeó en el rostro, salpicando  de inquietudes la tranquilidad de los días. Con los miedos a flor de piel,  deseando que todo quedase en una cruel pesadilla, se confirmaron los peores pronósticos: la salud de papá se resentía,  y  el corazón se nos tiñó de dolor.


 Con el paso de los meses  la vida nos hizo ver  que  podíamos convivir con el susto, que era el momento de mirar al frente,  de hacerlo por él y también  por nosotros. Casi sin darnos cuenta, los días  nos fueron  dando cobijo y  alguna que otra caricia. Trabajo, hijos, pareja, amigos…mi mundo volvía en sí, o al menos eso creía.


Pero de zarpazos nunca estamos libres y mucho menos de los que esconden traiciones, esos que provienen de personas  en las que creías, por las que alguna vez apostaste;  porque hay decepciones que se empotran en el alma y te hacen tambalear,  que no alcanzas a entender.  Y es en esos momentos cuando necesitas parar y replantearte muchas cosas, cuando te agarras a aquello que piensas puede darte fuerzas, lo que te va a permitir bucear para después salir a flote. En mi caso, los flotadores fueron las personas a las que quiero y me quieren, esas que  me lo demuestran todos los días. Y también lo fue  la música, compañera fiel a la que  mantuve  apartada durante  meses porque en mis horas parecía no haber sitio para ella. La música quiso volver a tener un  hueco en mi vida y yo la dejé hacer: inspiró instantes, desató emociones, propició encuentros,  supo ser  consuelo y  también sosiego.




 

  Y apareciste tú: de puntillas,  como pidiendo permiso, tan educado... Te invité a volar y aceptaste, sin saber que con ello estabas dándome alas para vivir mis propios sueños, esos que durante años estuvieron  adormecidos  por la premura de  lo que la vida me iba poniendo por delante. Sueños que ahora despertaban del letargo y  encontraban la  ocasión de  vestirse de realidad, que se negaban a permanecer ocultos por más días. Con el tiempo descubrí  tu tesón. Me enseñaste que querer es poder, que nada hay  más gratificante que hacer las cosas con amor. La ilusión que leí en tus ojos la hice  mía y no quiero desprenderme de ella.  Te tuve ahí y  te sigo teniendo, así lo siento.

      Por eso,la  aventura en la que ahora me embarco es un poco tuya también. Esta locura de letras  prendidas a un sueño,  de historias  que quieren ser contadas, comienza a tomar forma en mi vida. Ahora sé que ha  llegado el momento  de hacer volar la imaginación, de que el sentimiento se deje acunar por la palabra, de compartir esto que llevo dentro.  Y es inevitable que en mi pensamiento estéis los que  habéis contribuido a  que esto sea hoy posible. A todos, gracias. 


 No hace falta que te diga lo mucho que te debo.









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